Recursos para escritores
Tretas de un escritor
Cuando se está escribiendo un texto largo (una novela,
pongamos por caso), conviene utilizar un cierto método y no hacerlo a lo
loco: utilizar un método ahorra mucho trabajo.
Por supuesto, es preciso partir de un esqueleto, un esquema,
un índice o como quiera llamársele, pues los acontecimientos que se describen
deben obedecer a un desarrollo lógico, en el tiempo y en el espacio. Este esquema,
por otra parte, no es fijo y sufrirá mil variaciones durante la redacción, lo
que a su vez obligará a modificar acontecimientos anteriores o posteriores a lo
que se está narrando, pero eso no importa. Se hacen los cambios oportunos para
que todo vuelva a cuadrar y listo. La cantidad de cambios que sufre un relato
durante su elaboración es algo que daría para escribir un libro entero.
Sin embargo, cuando hablo de un método, no me
refiero a eso. Me refiero a la serie de mecanismos que hay bajo la escritura y
luego no ven la luz. Por ejemplo, el hecho de ir guardando los archivos
sucesivos.
Una novela suele ser un archivo en el formato que cada cual
utilice (los más usuales son los de Word o los del Writer de LibreOffice,
programas muy parecidos y prácticamente intercambiables). Pues bien, lejos de
utilizar siempre el mismo archivo, conviene hacer uno cada vez (cada día, cada semana)
que se escriba algo. Esto es muy sencillo.
Imaginemos que estamos escribiendo un libro que se va a
llamar Viaje a la Luna. El archivo que lo contiene se llamará, por
tanto, Viaje a la Luna, y si uno es cuidadoso, lo albergará en una
carpeta que se llame de igual manera, pero, ¿sólo eso? No. Es preferible ir
distinguiendo unos archivos de otros, y para ello lo más fácil suele ser llamar
al archivo de cada día por su fecha: por ejemplo, 180208-viaje a la luna.
¿Qué significa esta clave? Pues, sencillamente, que es la
versión de ese libro a la que se dio fin el 8 de febrero de 2018.
Al día siguiente (o cuando sea que se continúe), se abre ese
mismo archivo y se le dice, Guardar cómo, 180209-viaje a la luna. Se
guarda con ese nuevo título (en este caso, el del día siguiente) y se sigue
escribiendo. Y así sucesivamente.
Por supuesto que todos estos archivos se deben ir moviendo a
una carpeta que habremos creado en la que se llama Viaje a la Luna, la
cual, a su vez, se puede llamar Archivos sucesivos.
¿Qué se consigue con ello? Varias cosas. La primera: ir
conservando las versiones antiguas del escrito, que es muy posible que nos
resulten necesarias cuando avance la redacción. La segunda: cuestión de
seguridad. Si un día tienes un accidente informático, que no son muy habituales
pero en ocasiones ocurren, siempre puedes volver al archivo guardado el día
anterior.
Otra cuestión: antes de cerrar el archivo, cuenta las
palabras y las páginas y apunta las cifras al final del texto. (Por si alguien
no lo sabe, hay una orden en estos programas que se llamar Contar palabras
y hace exactamente eso. En Word está en Herramientas.) De esta manera, además,
restando de lo anterior podrás averiguar la cantidad de palabras que escribes
cada día, cada semana, cada mes...
¡Ah!, y si apreciáis en algo vuestra labor, tras cada sesión
conviene guardar el nuevo archivo en un pen (o en la nube los muy
modernos), pues nadie sabe lo que puede suceder en el futuro.
Un último asunto son las sobras. Cuando se está
escribiendo suelen producirse muchas sobras, es decir, oraciones o párrafos que
van siendo sustituidos y ya no pintan nada. Hay quien los borra, pero yo
prefiero (a esto he aprendido con los años) irlos echando hacia delante, al fin
del epígrafe, del capítulo o incluso del libro, y amontonarlos en una página en
cuya primera línea se lee: SOBRAS. Estos
son materiales que casi nunca se utilizan, pero en ocasiones te puedes decir,
¿y cómo era aquello que...?, porque lo que antes no servía, ahora, de
repente...
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